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junio 20, 2022

¿Y ahora qué?

El país ya tiene los resultados electorales. Elegimos a un nuevo presidente. Y mientras eso sucede recibo en mi Whatsapp decenas de mensajes que reflejan muchas emociones: leo frustración, leo miedo, leo esperanza, leo satisfacción. Leo también una pregunta que aparece repetida: ¿Y ahora qué? ¿Ahora qué hacemos?

Hace algunas semanas, previo a la primera vuelta, desde la Fundación Origen, y en alianza con Ipsos Colombia, lanzamos un estudio que ponía el foco en los electores: queríamos entender la manera en que los colombianos ponderaban los atributos de liderazgo a la hora de elegir a un presidente. Es decir, cómo priorizamos lo que nos parece importante para el cargo más importante del país. Los resultados, aunque no del todo novedosos, sí fueron sorprendentes. 

Dentro de un gran set de atributos deseables de liderazgo -trayectoria o capacidad de relacionamiento, por citar un par- encontramos que los colombianos no le damos importancia a los atributos relacionados con el liderazgo colectivo. Parece no importarnos todas esas características que hacen que una persona entienda el valor de la diversidad y convoque a otros para construir consensos. En cambio, todo indica que le damos valor a un líder personalista, a veces un poco autocrático, que ojalá nos resuelva todos los problemas, desde luego, de forma fácil.

En la encuesta ‘Mi Voz, Mi Ciudad’, realizada entre 2020 y 2021 por la Red de Ciudades Cómo Vámos, se evidenció que solo dos de cada diez colombianos consideraban que las cosas en su territorio “iban por buen camino”. De igual modo, en la iniciativa ‘Tenemos que hablar Colombia’, liderada por diversas organizaciones, concluyeron que los colombianos estamos más tristes que asustados. Finalmente, el Banco Interamericano de Desarrollo lanzó en 2022 un gran estudio comparativo sobre la confianza en el mundo y la conclusión fue que los niveles de confianza en Colombia y América Latina son preocupantes.

Básicamente los colombianos estamos inmersos en una narrativa de pesimismo y frustración. Nos cuesta creer, no participamos y, más grave aún, no confiamos.  Al no confiar, las dinámicas sociales de desarrollo se truncan. Difícilmente estamos dispuestos a trabajar con alguien en quien no confiamos y esa falta de confianza impide que encontremos valor en “ese que es distinto”.

Creo que sería acertado afirmar que, a la fecha, todos nos hemos salido de algún chat grupal. O nos han sacado. O hemos tenido la tentación de eliminar a alguien de alguna red social. Seguro también hemos estado en algún espacio en donde la regla ha sido “acá no vamos a hablar de política para no pelear”. Cada vez nos aferramos con más fuerza a la idea de que hablar de política es dañino y peligroso; que representa un riesgo, que trae problemas, desencuentros y motivos para eliminarnos de conversaciones.

Sin embargo, la realidad es otra: a menos que aprendamos a construir conversaciones difíciles y a despojarnos de paradigmas para entender qué le duele o atemoriza al otro, no construiremos la confianza que este país necesita con tanta urgencia. Confianza que resulta particularmente importante si pensamos que el gobierno que llega tendrá que asumir retos y desafíos económicos y sociales con los que no podrá solo y, en consecuencia, va a necesitar de nuestra visión, de nuestro aporte y de nuestra mirada. Va a necesitar, en suma, que nos sintamos parte de un liderazgo colectivo para resolver retos compartidos.

Si usted quedó satisfecho con el resultado, ¡fantástico! Ahora su labor es asegurar que todos quedemos incluidos y hacer el suficiente control para que las cosas se hagan bien.  Si usted, por el contrario, tiene rabia, miedo o frustración, su voz es más importante que nunca. Sus aportes para construir entre todos son urgentes y necesarios.

Y así volvemos a la pregunta inicial: ¿ahora qué? Pues ahora a entender algo: que los problemas profundos que tiene nuestro amado país son grandes y complejos y, justamente por eso, necesitamos de toda nuestra diversidad de pensamiento y capacidades para resolverlos. Ahora, a ejercer nuestro liderazgo colectivo, nuestra capacidad de pensar en grande y de construir confianza desde y en la diferencia. Ahora, a asegurarnos de tener voz y ejercer nuestro propio liderazgo. Ahora, a dejar de esperar que ese al que elegimos -o eligieron otros- resuelva nuestros dolores diarios.

Ahora, más bien, a decidirnos a ser parte del cambio que queremos. Ahora, a ampliar nuestro entendimiento de lo que nos pasa y a nutrirlo con visiones de otros. Ahora, a asumir que la esperanza es un deber moral y una decisión diaria y que, de ninguna manera, el país que soñamos es responsabilidad del presidente elegido sino, más bien, un compromiso que cada uno hace desde su sector, su visión o su capacidad. Ahora, a afrontar que todos tenemos la fuerza para transformar la realidad.

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